El cuarzo presenta numerosas variedades, desde el cristal de roca transparente como el agua hasta la amatista púrpura y el ágata bandeada. La mayoría de las herramientas de la Edad de Piedra se fabricaban con este duro cristal, y en el cuarto milenio a. C., los mesopotámicos grabaron cilindros de cuarzo con algunas de las primeras palabras escritas, utilizándolos como sellos sobre arcilla. Formados hace millones de años bajo una presión geológica extrema, los cristales de cuarzo suelen crecer agrupados. Pero su característica más asombrosa es su capacidad para convertir la energía mecánica en electricidad y viceversa.
Al comprimir un cristal de cuarzo, este genera una carga eléctrica. Al pasar electricidad a través de un cristal, este se comprime y vibra. Este efecto, llamado piezoelectricidad (del griego «empujar»), crea una especie de batería con una carga positiva en una cara y una negativa en la otra. Al encender una barbacoa de gas, se comprime un cristal piezoeléctrico, que genera un voltaje y produce la chispa que inicia la llama. El proceso inverso es el que permite a los relojes de cuarzo mantener una precisión tan alta.
Esta asombrosa energía física se traduce con igual poder al mundo metafísico. Desde la antigüedad, los sanadores tradicionales han llamado al cuarzo el «maestro sanador» porque amplifica el poder de otros elementos cercanos y porque puede programarse mediante la concentración de la intención. Esto permite alcanzar prácticamente cualquier objetivo. El cuarzo cristalino es una piedra de luz que proporciona un camino claro para las vibraciones superiores desde los planos espirituales al mundo físico.

