Según una leyenda aborigen australiana, los ópalos se formaron cuando el creador descendió a la Tierra en un arco iris para traer un mensaje de paz. Cuando su pie tocó el suelo, las piedras cobraron vida y comenzaron a brillar en todos los colores del arco iris. Su leyenda también cuenta con un gran ópalo en el cielo que gobierna las estrellas, las minas de oro y todo el amor humano. Los antiguos griegos afirmaban que los ópalos eran las lágrimas de Zeus, derramadas después de su victoria sobre los titanes. Los antiguos árabes decían que los ópalos llegaban a la tierra a través de relámpagos. Y en la India se creía que la Diosa del Arco Iris se convertía en ópalo para escapar de las insinuaciones de otros dioses.
Marco Antonio amaba tanto el ópalo que desterró a un senador que no quiso venderle su piedra. Napoleón le regaló a Josefina un ópalo al que llamó "La quema de Troya". En la Edad Media, se decía que los talismanes de ópalo mantenían invisibles a quienes los usaban, por lo que se convirtieron en la piedra de ladrones y espías. Los lectores en Inglaterra estaban convencidos de que la piedra traía mala suerte después de que un personaje de una de las novelas de Sir Walter Scott muriera tras perder su ópalo. Pero la piedra volvió al lugar de buena fortuna que le correspondía cuando la reina Victoria usó ópalos durante todo su reinado.
Del griego opallios, "ver un cambio de color", los ópalos curan corazones rotos, restauran la armonía interior y traen esperanza eterna.

